"En primer lugar existió el
Caos. Después
Gea (Tierra), la de amplio pecho, sede siempre segura de todos los Inmortales que habitaban la nevada cumbre del
Olimpo. En el fondo de la tierra de anchos caminos existió el tenebroso
Tártaro (infierno griego). Por último,
Eros (dios del amor), el más hermoso entre los dioses inmortales, que afloja los miembros y cambia de todos los dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos.
Del Caos surgieron
Érebo y la negra
Nix (Noche). De Nix a su vez nacieron el
Éter y el
Día, a los que alumbró preñada en contacto amoroso con Érebo.
Gea alumbró primero al estrellado
Urano con sus mismas proporciones, para que la contuviera por todas partes y poder ser así sede siempre segura para los felices dioses. También dió a luz a las grandes Montañas, deliciosa morada de los dioses, las Ninfas que habitan en los boscosos montes. Ella igualmente parió al estéril
piélago de agitadas alas,
Ponto, sin mediar el grato comercio.
Luego, acostada con Urano, alumbró a
Océano de profundas corrientes, a
Ceo, a
Crío, a
Hipérion, a
Jápeto, a
Tea, a
Rea, a
Temis, a
Mnemósine, a
Febo, de áurea corona, y a la amable
Tetis. Después de ellos nació el más joven,
Cronos, de mente retorcida, el más temible de los hijos, y se llenó de un intenso odio hacia su padre.
Dio a luz además a los
Cíclopes, de soberbio espíritu. Cíclopes era su nombre por eponimia, ya que, efectivamente, un solo ojo completamente redondo se hallaba en su frente. El vigor, la fuerza y los recursos presidían sus actos."
Hesíodo,
Teogonía 116, 123–132.